domingo, 12 de junio de 2011

REPENSANDO EL TRABAJO DE LOS NIÑOS

Lourdes Gaitán Muñoz

La interpretación adulta de la vida de los niños cuenta en su haber con un repertorio de clichés para aplicar en cada caso, sin necesidad de entrar en mayores consideraciones. Uno de tales clichés se refiere al trabajo, el cual, por definición, se considera inadecuado en esta etapa, destinada sobre todo a la preparación para el ingreso en la sociedad adulta, donde el individuo contará ya plenamente como ciudadano.

Sin embargo, hablando en términos generales, podemos afirmar que los niños no han dejado de trabajar nunca. En las sociedades más antiguas su trabajo se desarrollaba en el ámbito doméstico, colaborando en las actividades agrícolas o artesanales que sostenían la economía familiar, o bien realizando tareas del hogar o colaborando en el cuidado de sus miembros más dependientes (ancianos, impedidos o niños más pequeños). En la primera industrialización, junto con las mujeres y los hombres, pasaron a engrosar un ejército de mano de obra barata. Pero a medida que aumentaba el grado de mecanización en la industria, no eran ya necesarias manos pequeñas, sino manos hábiles, así como destrezas y conocimientos que se adquieren fuera del ámbito fabril. Los niños pasaron así de la fábrica a la escuela con objeto de ser formados como un capital humano cada vez más especializado y capaz de responder a los requisitos de las nuevas formas de producción.

No es sólo, por lo tanto, una motivación de carácter reformista, sino también las necesidades del mercado las que sacan a los niños de los canales formales del trabajo remunerado por cuenta ajena. A la vez el trabajo doméstico de los niños (o más especialmente, de las niñas) continúa, si bien, como cuando lo realizan las mujeres, éste es un trabajo invisible, que no alcanza valoración social, pese a su evidente repercusión económica, tanto en el nivel intrafamiliar como en el general. En adelante, la escuela se define como la principal actividad propia de los niños y, aunque en realidad la formación forma parte del proceso productivo, la tarea escolar no es considerada como actividad socialmente útil, sino como un beneficio que se concede a los niños.

Los niños no constituyen un mundo aparte, pese a que la sociedad adulta haya decretado una suerte de moratoria para ellos respecto al ejercicio y disfrute de sus derechos como personas, a que se empeñe en construir una campana aislante en torno a ellos o en recluirlos en una especie de “reserva” considerada como apropiada para el desarrollo de su vida “infantil”. Porque no constituyen un mundo aparte, las razones para que los niños, hoy, trabajen, las condiciones en las que lo hacen, y el valor de su trabajo para sí mismos, para su grupo familiar y para su comunidad o su país, no son ajenas, sino que están estrechamente relacionadas con las condiciones económicas, sociales y culturales que rigen en su entorno, tanto local como global.

EL TRABAJO DE LOS NIÑOS EN EL SUR forma parte de las estrategias de supervivencia que las familias ponen en marcha ante situaciones de precariedad y ausencia de políticas sociales adecuadas, y representa un aporte concreto, valioso y esencial para el sostenimiento de las mismas. Pero no sólo es eso; también como en el pasado fueron otros niños, lo son ahora estos parte de una subclase disponible para desempeñar una clase de trabajos, bien en la economía formal, bien en la informal, que requieren menor o ninguna cualificación, o son menos valorados y más penosos. Una subclase que resulta funcional a un sistema económico que requiere costes salariales cada vez más bajos. La escuela es muchas veces una alternativa difícil para ellos, en primer lugar por su escasez, y en segundo porque no representa una oportunidad clara de mejora si no va acompañada de cambios en el acceso al mercado de trabajo.

EL TRABAJO DE LOS NIÑOS EN EL NORTE se produce, de una parte, a edades más avanzadas y, de otra, supeditado al trabajo escolar que aquí sí es accesible y se presenta acompañado de valores positivos en las sociedades meritocráticas. Precisamente cuando la formación deja de aparecer como medio para alcanzar o mantener una posición, o para acceder a bienes de consumo, el trabajo se convierte en una alternativa más atractiva que la escuela, lo que se refleja en el absentismo o el abandono de la escolaridad.

Lo que asemeja bastante al trabajo de los niños en el Sur y en el Norte es la valoración que los propios niños hacen del mismo, viéndolo como una fuente de reconocimiento y autoestima, que les proporciona un sentimiento de autonomía, y les permite adquirir experiencia o aprender de forma práctica. Esta visión podría cambiar la concepción adulta acerca del lugar y el papel del trabajo en relación a los niños mas, como en otros temas, su voz no se escucha y su opinión no cuenta, siendo los mayores quienes definen su espacio y determinan lo que es mejor para ellos.

Como el presente, tampoco el futuro del trabajo de los niños puede imaginarse de forma aislada e independiente de la evolución de la economía y del mercado de trabajo en general. Frente a la explotación cabe escribir un futuro en el que el trabajo (entendido no sólo como mercancía, sino también como actividad humana con un componente económico y otro componente social que repercute en beneficio de toda la comunidad) pueda reportar satisfacción a la persona que lo realiza (sea ésta mayor o menor de edad) así como medios suficientes para atender a sus necesidades. Y llevarse a cabo de forma compatible con la formación, el juego, la diversión, la convivencia con otros y la autorrealización.