lunes, 30 de marzo de 2009

LA HUMILLACIÓN DEL REPATRIADO

Una alumna de segon d'integració social ens ha enviat aquesta notícia que volem compartir amb tots vosaltres:

Mamadou Salliou, en el frío reencuentro con su madre tras el fracaso de su aventura en cayuco.Más de 400 senegaleses han sido «devueltos» estos días. Regresan con la impresión de haber fallado a los suyos.

«Ecobank les desea un buen regreso». El gran cartel, con mapa de África incluido, que se encuentran de bruces los (ex) inmigrantes al salir del aeropuerto de Dakar les da la puntilla definitiva. Es bajo esta insultante casualidad donde los que no han tenido plaza en los dos minibuses fletados por las autoridades -más de 50 donde cabían 24- empiezan a buscarse de nuevo la vida en su país, del que han intentado fugarse.

Lunes por la mañana. Hace pocas horas que el grupo de 155 se ha bajado de un avión marroquí que los trajo «voluntariamente» -eso dice Rabat- desde el Sahara Occidental. Han llegado más de 400 desde el fin de semana. El proceso de identificación se cierra con un bocadillo para cada uno como despedida en el hangar. De recuerdo, la manta y la almohada de la Royal Air Maroc. Ése es todo el equipaje de la mayoría. Algunos conservan el traje de agua para lo que no hay que dar muchas más explicaciones.

De vacío y con las orejas gachas

Lo primero ahora es atreverse al vergonzoso reencuentro con la familia. Con las orejas gachas. De vacío. Con una mano delante y una detrás. Así es como Mamadou Salliou Diallo afronta a sus 17 años esta dura prueba.

Desprendiendo aún un olor a mar y a lo que no es mar. Ingrávido y evaporado. Ausente de la realidad que, a buen seguro, le va a oprimir hasta lo más hondo de su corazón por haber fallado a los suyos. A diferencia de otros compañeros no se atreve ni a pedir dinero para atacar los últimos metros de suplicio.

El joven comparte taxi con este reportero -el conductor alucina con la historia-, que lo acompaña a su casa y ve de cerca una escena que, por su sencillez y crudeza, podría haber rodado Roberto Begnini.

Salliou, apático, entra en la vivienda -habitación con televisión, nevera, una cama y un colchón- sin detenerse ante la carrera de sus hermanas pequeñas, que lo ven desde la acera. Extiende la mano derecha hacia su madre e intercambian unas palabras planas. No más de siete u ocho segundos. Sin besos, ni emotividad, ni nada parecido.

El testigo no entiende el wolof, pero sobran intérpretes para saber lo que está pasando. «Por lo menos está vivo», farfulla en francés la mujer mirando al extranjero. Kadidiatou, de 35 años, tiene cuatro hijos. Las dos niñas a las que Salliou casi no ha prestado atención y el mayor de todos, que trabaja en Gambia. ¿El padre? «De viaje».

Hace poco más de dos horas que este periodista ha visto por vez primera en su vida a Salliou, en la cola de repatriados del hangar junto a los militares, y un escalofrío le recorre el cuerpo como si fuera él mismo el que tiene que afrontar el mayor de los fracasos delante de su madre.

Ella, Kadidiatou, que ya le imaginaba en España. Ella, que ha debido de empeñar hasta lo que no tenía para pagar los 400.000 francos (unos 610 euros) por un billete sin retorno al sueño europeo. Y ahí lo tiene, firme en la penumbra de esta casa-habitación comida por lo que a primera vista son trastos y en realidad son todas sus pertenencias apiñadas-ordenadas de la mejor forma posible.

Intentarlo de nuevo

¿Y ahora qué? «Habrá que probar de nuevo... cuando juntemos dinero», dice el chaval, que vendía ropa por la calle hasta que zarpó el pasado 26 de agosto desde la isla de Diogué. Diogué es de lejos ese paraíso que te abre las puertas del Senegal más pobre según traspasas su umbral de olas y cocoteros. Es donde el río Casamance se funde con el Atlántico. Casi en la raya con Guinea Bissau. Allí donde los cayucos campan a sus anchas a más de 2.000 kilómetros de Canarias.

Los relatos de Salliou y de todos los demás reviven historias épicas ya conocidas de navegación durísima y provisiones mal calculadas. Pero, sabiéndose vivos -sólo uno desapareció al caer por la borda-, lo más humillante es reconocerse miembros de ese ejército de desgraciados que estos días desfila por Senegal sin otra bandera que la de la derrota en la guerra del cayuco.

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